¡Oh tú, ninfa gentil del Manzanares, que entre las más bellas y graciosas que triscan en su orilla, de fragantes flores la sien orlada, el albo cuello de oro de ofir y perlas del Oriente, descuellas como suele alba azucena predilecta de Flora en el risueño cultivado jardín! Torna un instante a mí los ojos, do el amor se anida, tórnalos, pues, a tu amoroso hermano, y oye su voz y los llorosos versos con que pinta el furor de las pasiones, la austeridad de la virtud sublime y la venganza atroz de los delitos. Óyeme, hermana, y favorable acoge esta mortal ficción que la engañosa escena va a ocupar, y que felice será si arranca de tu tierno pecho un ardiente suspiro, o si humedece tu rostro hermoso con sensible llanto. Yo, acostumbrado a lamentar amores en arpa de marfil, quise, atrevido más altivo volar, y el sofocleo coturno osé ceñir, y a Melpomene pedí anheloso su puñal terrible. Mas ¿cómo solo a la fragosa cumbre donde mora arribar, sino siguiendo las huellas de algún genio esclarecido que a la cima subió? Nunca el polluelo del águila caudal desplegar sabe las alas temerosas y aun no firmes por la inmensa región solo y sin guía.